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Una de las actividades que forman el proyecto DAS (Ideas para un mundo en construcción) consiste en un acercamiento desde múltiples puntos de vista al África negra. Este continente, desconocido por la mayoría de los occidentales, o al menos conocido mediante prejuicios e ideas equivocadas, tiene mucho que ofrecernos.
Con nuestro proyecto de acercamiento queremos conocer qué es África, más allá de esos tópicos. Queremos conocer las circunstancias políticas, económicas, sociales y culturales que determinan a este continente en la actualidad. Queremos acercarnos a su cultura, a su arte, a su pensamiento. Y lo hemos hecho, a lo largo de este curso, mediante conferencias, películas, exposiciones de fotografía, exposiciones de arte…
Ramiro Viñuales, abogado y coordinador de la Fundación Salvador Soler, ha sido este curso nuestro guía para acercarnos a África. Junto a él hemos “descubierto” la existencia de un pequeño país llamado Benín. En una ciudad beninesa, Kandi, hemos conocido a un complejo educativo, el Colegio Pierre Yerima, con cuyos alumnos vamos a empezar a desarrollar un proyecto de hermanamiento.

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ARTÍCULOS

ÁFRICA, BENÍN

29 DE MAYO DE 2018

ACOMPAÑAR A ÁFRICA

ACOMPAÑAR A ÁFRICA

29 DE MAYO DE 2018

Un tronco, por mucho tiempo que flote en las aguas de un río, nunca podrá ser un cocodrilo, se dice en Benín. Un europeo, por mucho que ame a África, nunca podrá entenderla como lo haría un africano. Un profesor, por muy interesado que esté en conocer el continente negro, jamás podrá llegar a profundizar en las mentalidades, las tradiciones o las culturas africanas. Por mucho que queramos, jamás podremos ser africanos, si bien nuestros más antiguos abuelos lo eran. No somos africanos, pero nuestro nivel de consumo y de vida se basa en las materias primas producidas en África y obtenidas a través de unas reglas de juego impuestas por nosotros, los países ricos. No podemos ser africanos, pero el continente negro ha tenido, tiene y tendrá una inmensa atracción sobre muchos de nosotros.
Para comprender mejor todas estas ideas, esta semana hemos disfrutado de la visita a nuestro centro de mi amigo Ramiro Viñuales que nos ha explicado qué es realmente África. Ramiro trabaja con la Fundación Salvador Soler gestionando y coordinando proyectos de ONGs en países africanos. El pasado martes 21 de Noviembre nos habló en el Salón de Actos de los tópicos, los prejuicios y la realidad del continente negro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

África es una naturaleza exuberante, desbordante, inimaginable para nosotros. África es ciudad, porque cada vez más la población va habitando grandes ciudades, como Lagos (diez millones de habitantes), Kinsasa (ocho millones) o Luanda (cuatro millones). África es mujer, pues la mujer sostiene la familia, la economía: la mujer se organiza, se cooperativiza y lucha por sus derechos de una forma muy superior a como se hace en Europa. África posee teléfonos móviles con los que las personas se comunican, compran, venden, se relacionan (hay casi 700 millones de teléfonos móviles en el continente, y la cifra crece a cada momento). África es hambre y mortalidad infantil: el tiempo que ocupas en leer este periódico ha servido para ver morir de hambre a decenas de niños. África es Premios Nobel: Desmod Tutú, Mandela y De Klerk, Mahfouz, Coetzee, Koffi Annan… África es juventud: más de la mitad de los 1.200 millones de africanos son menores de 18 años. África es respeto a los ancianos. África es corrupción, con muchísimos gobiernos dirigidos por políticos movidos por el dinero y el ansia de poder. África es futuro: el crecimiento de muchos países supera el 8%. África es arte, gastronomía, tradiciones, historia, leyendas, fiestas. África es agradecimiento y alegría de vivir con pocas cosas, pero importantes.
Quien enseña y quien aprende se acompañan mutuamente. Conocer debería servir para compartir, que significa partir el pan para comer con otro. No tiene sentido, nos decía Ramiro, ver a los negros como pobres inferiores a los que tenemos que enseñar, educar, a los que tenemos que decir qué les hace falta, porque ellos no lo saben. Compartir con África, con Benín, es aprender y acompañar a millones y millones de africanos que observan las inmensas injusticias que cometemos contra ellos, y en cambio nos sonríen y nos acogen con alegría. Acompañar a África, tal vez, ¿por qué no? conociendo de primera mano un instituto beninés
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Resulta interesante pensar cómo percibimos el mundo desde nuestros propios criterios. Muchos occidentales se sienten hoy día fuertemente atraídos por las culturas orientales (Japón, China o India). El cine, la gastronomía, la tecnología, el arte, la cultura… hacen que hoy en día conozcamos con cierta profundidad estos países y sus tradiciones. ¿Quién no ha probado el sushi, leído un manga, o utilizado un móvil de origen chino?

 

 

 

 

 

 

 

 

 


América, por otro lado, también es un continente cercano a nosotros. La cultura norteamericana nos envuelve y dirige desde todos los niveles de consumo imaginables: cine, música, cultura, videojuegos...; las culturas latinoamericanas forman parte de nuestra identidad. Para nosotros, las culturas americanas no son extrañas ni lejanas e incluso nos sentimos parte de ellas.
Pero ¿qué ocurre con África? En los últimos días se puede escuchar un anuncio en la radio de seguros El Corte Inglés, en el que una familia viaja a África para disfrutar de una aventura. Gracias a que ha contratado previamente un seguro, la familia no tiene miedo alguno… ¡ante los caníbales y los ataques de los leones!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La cuestión es: ¿seguimos pensando en África como un lugar de caníbales y de leones, sin más? ¿Sigue siendo África el territorio desconocido, salvaje y peligroso de Tarzán, de las nieves del Kilimanjaro? Lamentablemente sí, ésa es la forma simple, basada en prejuicios, de mucha gente al percibir este continente. Lo curioso es que existe una gran cantidad de emigración subsahariana en nuestras ciudades y pueblos, pero desconocemos prácticamente todo de ellos. África consta de 54 países, pero no recordamos el nombre siquiera de la mayoría de ellos. Es el continente con mayor riqueza natural, pero pensamos en “leones y caníbales”. La variedad e importancia natural, cultural, artística e histórica de este continente es inconmensurable, pero a los europeos, en nuestro trono de marfil etnocéntrico, no nos interesa nada. África es para la mayoría un lugar inhóspito, con “negritos” que se mueren de hambre en poblados de chozas fabricadas con excrementos de vaca, rodeadas de animales salvajes.
Un grupo de profesores de nuestro instituto junto con Ramiro Viñuales, abogado, cooperante y coordinador de la Fundación Salvador Soler, queremos ayudar a cambiar estos prejuicios sobre África. A lo largo de todo este curso vamos a disfrutar de una serie de actividades que nos van a acercar a un pequeño país africano llamado Benín. Este país, del tamaño aproximado de Portugal, con  52 culturas diferentes, poblado por unos ocho millones de personas, posee una renta per cápita de unos 790 dólares. Benín se encuentra entre los 20 países más pobres del mundo. En términos artísticos es un referente para todo el arte europeo de comienzos del siglo XX. Históricamente fue el referente, la puerta de África, para la esclavitud negra que era enviada a América. Culturalmente posee una tradición oral impresionante, recogida en varias obras publicadas en castellano por la escritora Agnes Agboton. Es, además, el país de nacimiento del Vudú, que actualmente es considerado en Benín como una religión oficial.
En los próximos meses disfrutaremos de exposiciones de arte africano, talleres de danza y música, conferencias, charlas, proyecciones de películas y documentales. Vendrán a visitarnos expertos en la cultura africana. Conoceremos en profundidad Benín y el mundo subsahariano. Aprenderemos cosas nuevas de su arte, su música, sus tradiciones. Todas estas actividades forman parte del proyecto de Pueblos Abandonados, en el que participaremos el curso próximo. Desde aquí animamos a todos a disfrutar de conocer África y Benín a lo largo de este curso. Eká Óòro! A Dupé!

ÁFRICA ES MUJER

Hay quien dice que en un momento determinado, alguien o algo -llamémosle Dios, llamémosle X, llamémosle unión casual de dos códigos genéticos que genera un cromosoma XX o XY- tira los dados que deciden si nacemos hombre o mujer. Lo cierto es que el hecho de nacer hombre o mujer, más allá de las diferencias obvias, determina nuestra vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sobre todo si te ha tocado ser mujer. En el informe Mujeres africanas, mirada al futuro, se indica que entre los veinte países identificados como peores para vivir siendo mujer, se encuentran dieciséis africanos: Níger, Somalia, Mali, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Costa de Marfil, Chad, Comoros, Liberia, Guinea, Burkina Faso, Benín, Sierra Leona, Gambia, Djibuti y Mauritania.
Lo cierto es que el mismo informe señala que en estos países la mejora de vida de las mujeres supondría un fuerte impacto de crecimiento para el conjunto de los países. Si las niñas subsaharianas lograran cursar estudios hasta la educación secundaria, se podrían salvar la vida de hasta 1,2 millones de niños, ya que aumentaría la capacidad económica de la mujer, su autoestima y, en definitiva, su salud. Si se aumentaran los microcréditos concedidos a la mujer, gracias a su capacidad de organización económica, se reduciría la pobreza y aumentaría la escolarización de los niños. Si las mujeres africanas fueran propietarias de más terrenos para la producción agrícola (que mayoritariamente se encuentran en manos de los hombres), las cosechas podrían aumentar entre un 20 y un 30%. Si la mujer en estos países accediera con mayor fuerza al mercado laboral se reduciría la pobreza y la vulnerabilidad de las familias. Si las mujeres lograran acceder a los cargos políticos se promoverían políticas cercanas a la igualdad y contrarias a la violencia de género, que son dos de los grandes problemas de las sociedades africanas.
No es descabellado afirmar que las mujeres son el motor de África. La Unión Africana, el más importante órgano político del continente, similar a la Unión Europea (por cierto, ¿alguien ha oído en algún medio de comunicación español noticias sobre la Unión Africana?), ha declarado el decenio 2010-2020 como el Decenio de la Mujer Africana.
En nuestro Salón de Actos, tras observar los dibujos de rostros de mujeres africanas realizados por nuestros alumnos expuestos en la entrada del centro, podemos disfrutar de la exposición “África es Mujer”, que consta de 18 fotos donadas por el Consulado de Benín en las que se nos muestra la vida de las mujeres africanas. Niñas casadas con sus bebés en los brazos, cargando leña y levantando la economía de su familia, cocinando el ñame, el mijo, el arroz, vendiendo en el mercado los pocos productos que han conseguido arañar a la tierra, mujeres adultas mirando al objetivo de una cámara de fotos y mostrando en sus ojos toda la profundidad de un continente que tiene mucho que agradecer al sexo femenino y mucho que mejorar en su forma de comportarse con ellas. Que nadie se lo pierda

MI TRAJE DE BARIBÁ

En África toda reflexión comienza con un pequeño cuento. Me parece una bella idea.
El cuento vuela, vuela… y ahora llega a mi boca. Cuentan de un hombre que adoraba disfrazarse, hasta tal punto era su afición que eran más las horas del día que pasaba disfrazado que las que estaba con su ropa habitual. Tenía disfraces de todo tipo. Los que más le interesaban eran aquellos que iba creando según sucedía la actualidad informativa. Cuando aparecía una noticia importante y un personaje se hacía famoso, estrujaba sus sesos pensando cómo podía crear con sus propias manos un disfraz, un maquillaje, hasta los gestos del personaje en cuestión, y en un par de días la gente que le veía por la calle no sabía si era él o el personaje que acababa de ver en la televisión. La historia de este hombre acaba cuando tal fue su obsesión, que perdió su identidad. No quedaba ya nada de él en él. Había dejado de ser para ser cada día una persona diferente de sí. Odiaba su verdadero yo, y cuando se acostaba, cada noche, el miedo a enfrentarse a su sí mismo paralizaba sus músculos. Cada noche, las mismas pesadillas.
Formo parte de un sistema que engulle y fagocita a todo aquello que amenaza su poder. Cuando dentro del sistema se origina un pensamiento o un movimiento que lo pone en duda, aparece un nuevo disfraz preparado especialmente para que la ciudadanía de calle lo vista y lo disfrute. Así, gracias a nuestro sistema tenemos muchos disfraces. Podemos, por ejemplo, comprar en una tienda de ropa de moda camisetas con símbolos anarquistas. O podemos comprar un coche de alta gama mientras escuchamos el himno hippie Imagine de John Lennon. También podemos disfrutar de una sesión anti estrés y una limpieza de cutis mientras la esteticiene nos pone una música relajante de mantras tibetanos, nos coloca unas piedras sobre la espalda para alinear nuestros chakras, y observamos la estatua del Buda. Podemos alimentarnos con un nuevo superalimento producido en los valles más ocultos de los Andes, ocultado durante siglos al mundo por comunidades indígenas.
Cada disfraz me convierte en alguien diferente. Tenemos, como el hombre del cuento, muchos disfraces a nuestra disposición. No sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa. Hemos perdido la referencia porque para el sistema todo vale. La única condición es que se pueda comprar y vender: los movimientos contraculturales, la estética antisocial, las sabidurías orientales… todo ello se puede comprar y vender.
África no nos proporciona disfraces. En nuestro sistema no nos disfrazamos de África, no está entre los criterios que determinan la aceptación del disfraz. África se sale de esos criterios. En nuestra creación diaria de identidad no entra el continente negro. Tal vez porque África posee algo incompatible con la superficialidad: una autenticidad que sobrepasa la mentalidad de nuestro sistema.
Tengo la suerte de tener un traje de príncipe Bariba, una etnia que habita en el norte de Benín. Una camisa larga con dos telas que llegan a tapar las piernas, y un gorro precioso que ¡ay! me queda pequeño. Es maravilloso, hecho a mano, a rayas azules y blancas. Me lo trajo mi amigo Ramiro Viñuales en uno de sus viajes a ese país africano.
Cuando me pongo mi traje de Bariba me siento tan especial que cambia mi forma de pensar, y no entiendo nada de lo que ocurre a mi alrededor. ¿Por qué la gente va tan rápido? ¿Por qué vivimos con el ceño fruncido, preocupados de tantas cosas que no son importantes? Cuando me pongo Bariba, me doy cuenta del miedo que nos atenaza a los que vivimos en este sistema. Me convierto en un poco más filósofo, porque pongo en cuestión más cosas que en mi día a día asumo sin dudar. Es como si el traje fuera mágico. Me da ganas de observar y reír, de detenerme, de pararme.
Cuando me disfrazo de Bariba, entiendo un poco mejor la naturaleza. Respeto más la palabra. Me encanta escuchar narraciones orales, porque sé que en ellas está la raíz de la sabiduría de los sabios de mi pueblo. Respeto aún más a las mujeres y me pongo de lado de sus derechos, porque entiendo la marginación que durante siglos han sufrido. Miro de otra manera a mi familia y a mis amigos. Cuando estoy en modo Bariba me avergüenzo de Europa y de Occidente por haber segado con un tajo sangriento todo el pensamiento y la tradición sapiencial de África, por haber oprimido durante siglos a la población africana y seguir exprimiendo sus recursos, por haber condenado a muerte por hambre a 6.400 niños diariamente.
Creo que me tengo que poner con más frecuencia mi traje de Bariba

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